sábado, 18 de agosto de 2012

A MANUEL RIOS RUIZ VERSOS FLAMENCOS


Nacido en Jerez de la frontera en 1934. Desde su primer libro titulado 'La Búsqueda', editado en 1963 hasta la aparición del último, “Libros de poemas” en  2011, el jerezano Manuel Ríos Ruiz ha visto publicados, entre otros títulos, “Dolor de Sur”, “Amores con la tierra”,  'El Oboe”, “Los Arriates”, “'La paz de los escándalos”, “Vasijas y deidades”,  'Razón, vigilia y alegría de Manuel Torre”, por el que le sería otorgado el Premio Nacional de Poesía Flamenca en 1977, entre otros muchos y prestigiosos galardones. Una vez leídos sus libros y sus ensayos, nos queda la certeza de haber accedido a un territorio nuevo, a un continente desconocido, a un universo inédito, en el que el sentimiento se vuelve megalómano y su obra, siempre tiene que ver con lo telúrico. En flamenco sin fronteras, nos recrearemos con algunos de sus poemas, para que lo conozcas  y lo descubras. 


Y dijo Jóse Luis...

De Manuel Ríos Ruiz, versos flamencos.  Manuel Ríos Ruiz nació en Jerez de la Frontera, en el barrio de Santiago y es por los cuatro costados de su alma y de su cuerpo flamenco. Es poeta, y dice:
 Cante Natural.
Dejadme solo esta tarde,
Que tengo que hablar conmigo,
Y tiene Dios que escucharme...  


Honores a la guitarra, de Manuel Ríos Ruiz dedicado a  Manuel Morao, a Manolo Sanlúcar
 y a Parrilla de Jerez...
Tocaores.

Ven, tocaor, descansa tu corazón en la guitarra, templa,
templa al tiempo, escarola tus dedos, pon en las cuerdas
pedernales, terrenales quimeras, y así nos llegue, caudalosa,
su vibración a los cuencos de los ojos, que nuestra fatiga
antigua tenga su cántaro, esquema y orbe, estética de viento.
Acuérdate del surco más derecho y hondo, de la mancera
más rústica, de aquellos chozos y pajares donde malvivieron
los profetas de tu casta, escucha sus conjuros, arráncalos,
atízanos con ellos el buen vino, enciéndenos, quémanos la madrugada,
hazla serpentinas, pavesas, filamentos de agrios temporales.
Quéjate ahí, en el meollo de la seguiriya, en su mordedura
más íntima,
                  des-
                         ca-
                               bal-
                                      ga su ritmo,
                                                           así,
                                                                   como un golpe
de arena y lirio, hasta que vuelen otra vez, galgos las falsetas
saltando lentiscos y pinares, sesgando los tarajes, huyendo
de fáciles y falsas maravillas, porque sabes, tocaor, cómo apagan
las cabras su sed en los dornajos, cómo y por quién trenzan
los pájaros sus trinos, el mínimo rumor de los gusarapos en los charcos.
No detengas tú bien,  que el aire se sienta cautivo, arpegio
tras arpegio, de todo cuanto te bulle por los pulsos.
 Alégrate también de que persista el llanto, sea ésa tu alegría:
rasguear, rasgar armoniosamente las tinieblas, resucitar
los clamores del aljibe clausurado, recobrar los temblores
de los muertos, la visión de los ciegos, la ceniza de los vivos.
Gracias, tocaor, por tus cipreses, por tu placeta de tremoles,
por cuanto sueño siembras y siegas, por el preludio
y el fanal de tu guitarra o cárcel, cancela del morir.   


El Cante de Jerez, de Manuel Rios Ruiz.
Cante en el patio

Barrio de Santiago mío,
con la cal sobre la piedra:
callejon de la Rendona
que un grito de sol aprieta.
Ay, allí, sobre su silla,
se calentaba las venas,
se fumaba su cigarro-
-tiempo arrugado- -Cabeza,
divagando su mirada
 entre niños y macetas.
 ¡Abuelo de tanto
cante y voz de puras esencias,
 tristemente se escuchaban
los recuerdos, queja a queja!
Todo el cante de Jerez
Le temblaba en la garganta:
Por herencia del Tío Luis,
De Cuadrillero y La Jaca,
¡De Cantora!, Luis Jesús,
Del Loco y de La Serrana:
Ecos de Diego El Marruro,
De Carito y La Lobata,
De Puli, Torrán, el Chato,
Y Paco la Luz, alzaba;
Coplas de Manuel Molina,
Que son las coplas del alma;
Las coplas que me enseñaron
Cambiarlo todo por nada…


Cante en el Tabanco de Manuel Rios Ruiz

Juan Mojama Jerezano
Gitano canela en rama,
fue de tabanco en tabanco,
haciendo cierta su fama de bohemio
y de gentil habitando madrugadas.
Acompañaba su copla
La soledad de su raza
Mojama, noche tras noche
Haciendo son en la tabla
Y Bebiéndose la sal,
 hasta el fondo de la caña.
Hurgaba para sus adentros
Con un puñal de palabras.
Para decir la solea
Con la enjundia y el delirio,
de su místicas entrañas.
Murió al pie de su cante
El cante fue su mortaja
Lo lloraron los curdelas
De los tabancos de España,
Pero, hoy lo llora un poeta,
 su pueblo y una guitarra…





Cante en la venta

Tío Borrico el Cantaor
sobre el mostrador divaga.
Un sol nocturno en la copa
le calienta la garganta.
La copla, fragua oculta,
yunque de cada palabra,
puebla de dolor la venta
y sale por la ventana.
¡El cante truena, lastima
a las estrellas del alba!
El señorito de turno
-borrachera atormentada-
le echa el brazo por encima,
pide más vino y cigalas.
Después en la amanecida,
sobre la fría rociada,
El Borrico va contando
el real de cada lágrima.  



Cante en la juerga

Cuando se quiebra la estrella
que sostiene los silencios,
y el vino asume en  la copa
 un gran dolor sin remedio,
Terremoto aye rebelde
de las leyes del flamenco.
¡Voz de caudal soterrado
entrega su mandamiento
Toma su cauce el bullicio
¡Oh levadura del trueno,
para herirnos en la carne
para detener al tiempo.
Le  va creciendo en la boca
una amapola de fuego
Y Terremoto levanta
Fiel sonido de lo negro
O una torre con campana
Repicando siempre ¡A muerto!
Es su amarga seguirilla
O la voz del desconsuelo
La juerga, templo del cante
En ella clama su credo
El gitano Terremoto
Oficiando su misterio..



Del señor Manuel Ríos Ruiz, razón, vigilia y elegía  de Manuel Torre.
Fragmentos

Porque lo quiso Undivé, porque Undivé lo quiso, desde el sitial más alto de los sueños, desde la víscera sustancial de las Andalucías,
desde su pijotera entraña tan santísima, con su dedo decididor y cabalístico
en el nombre de Jerez, de sus campesinos y artesanos, de su misterio y
litigio,
nació –digo: cantó-, aconteció Manuel Torre.  


“…escuchábanse, en su alturas y capillas, retumbar los relinchos
y galopes de los potros cartujanos, allá por Jédula, La Jarilla y La Jareta,
Cerro Blanco y La Zangarriana, por los llanos de Caulina
y la Gradera, por encima de los torrejones del Castillo Melgarejo, desde
Vico
a Torrecera, jarreos, jinetes, voceríos de Los Garciagos y de Gibalbín,
de Martelilla, de La Matanza, La Matancilla y La Matanzuela,
Fuente Bermeja y El Carrascal, los desolados campos hirsustos
que clamaban sus latitudes, meandros, laderas, eriales, albinas y albedríos,
tierras de pan buscar, montes, dehesas, cotos cerrados, ventorrillos, mundos
propios del señorito enjaezado, cacique y campechano, dios y luzbel.  





Así  Jerez, así al costado del levante y su campiña cortijera,
con el Guadalete por verónicas guadalizando desde Cartuja al Portal,
Los Albarizones en flor de agua –liquen y fuente- camino de Lomopardo
y Montealegre, pagos de Solete, Las Abiertas y Parpalana, pejugales,
huertas, cojumbrales, planteras para el hambre y la salud, penitencias
y territorios de la calabaza y la lechuga, removida tierra candeal,
alomada y fresca, encelo del ciruelo, ostensorio de la higuera, primores
del naranjo y su azahar, almendros y perales, feria del albérchigo, valle
del perillo,
oh parra, espiga, mazorca, chícharos, panizo, albejones
lujos en los ojos, fiesta del paladar acariciada, resoles vegetales del
recuerdo.
OH Jerez,
oh tierra consumida y abinada sol a sol, rememora, acuérdate
de tus aconteceres y tus siglos en torno a Manuel Torre, de cuánta mies y
belleza
aureolada te naciera al norte en Carrizosa, en tu cacho Almocadén,
sobre las recónditas ruinas de Asta Regia, Tabajete allí en pleno
y ánimo, Cañada de Albaladejo, barros calientes de Bujón,
pulmón terrenal de cada viña, de sus pámpanos y suspiros en albariza:
Casarejo, Burujena, Monteagudo, Ventosa, Macharnudo, el Cerro
común de Santiago,
La Aína amorosa y capital.
El harén
de cepas de Los Tercios y El Marrufo, cuyos liños encandilan, sobrecogen.  


La vida en pos, creciendo, la comunión de los jazmines y los dondiegos
en los aporcados arriates, agrimensuras insólitas del sur, lontananzas
hacia Bolaños, Frías, Caricortao,
ranchos del Calvario, del Beato y de La Bola,
toros de Roa La Bota, olivareras lindes de Las Quinientas, Sierra
pesebre de San Cristóbal. Cuestas del Chorizo, barranco, término
luminoso, luz inaprensible aspirando el mar, haciendo nido a la bahía.
Y los barbechos en vuelo -Cerro del Cuco, Cerro del Viento- a las nubes
de una atlántica ilusión de bajamares y de surbajos, troníos
del agraz,
latifundios abrazando a la ciudad, entrando por puertas
y postigos, en el redor del siglo diecinueve, cuando Undivé quiso
confirmarnos
la voz, el sentimiento ancestral, el grito cuajarón y dolorido
naciendo entre lagartijas y salamandras, tanagra y tronco,
perfil endrino,
esqueletomaquia de todos,
bizarro y sonoro Manuel Torre.” 


 Y Manuel Torre cantaba, asumía toda la savia y lira de su gente,
temperamento y maneras, forjas como rejas arándole la lengua,
señalándole el cabeceo de los tientos como vinos, de los tangos
templados cual los lances, de las redobladas cantiñas pintureras,
el redicho revolteo de la soleabulería, la fuerza campera y genital
del fandango, su alba reluciente, el profundo y herrumbroso aliento
del martinete, gravedad que ajoga, confesión que nos enaltece.  


Perfilose en Manuel Torre la rúbrica del cante, su cantonal garganta
y su zaranda de reliquias, el tallo y la floración, el rito, el esplendor
de su tamo, su trueno y su relámpago, pozo en cruz, silo de desdichas y sudarios,
cuánto ensalmo concebido y salmodiado,
¡cante cántaro!,
vasija
inagotable en su manantío de verdades clamadas y sentidas, lémures
paridos con dolor, acuñando la voz laína reinadora y tañida, su pálpito cabal.


Por José Luis Ortiz Nuevo
©Shape Productions S.L.






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